viernes, 30 de septiembre de 2011

La inconveniencia de tener cabeza

—Lo que la vida nos depara, don Anacleto…
—Ya le dije, viejo barbero, que solo me diga “Cleto”.
—¿Y qué, viejo cortador de cabezas? Usted me dice Enecón y sabe que con “Neco”, me conformo.
—Da igual, navajero matapiojos.
—Déjese de chucherías, Cleto, cuente, cuente, ¿Cuántos clientes hoy han caído en sus manos enclenques?
—Un sabio comunista de por allá, de los años sesentas.
—¡Ah!, de aquellos piojentos que se bañaban cada vez que un Papa, se limpiaba los escondidos aposentos…
—No sea irreverente, Enecón…
—¡Por la virgen del sapo! ¡Que no me diga Enecón!
—¡Ya! Déjese de cuentos bárbaros.
—En fin, ¿qué le ha contado ese matador de defensores de la patria?
—Que la vida es tan injusta, como los pedos no deseados.
—¡Bah! Un loco como cualquiera que se moja con los rayos del sol.
—No le faltaba razón, Enecón. Y le diré “Enecón” de hoy en adelante, para que no me tire al aire, el tufo de su gran hocicón.
—Dele, dele, que estoy acostumbrado, a sus desplantes de viejo alebrestado.
—Dijo aquel batallador de pueblos despoblados que le trina, el hecho de tener pelos en su cabeza blanquecina…
—¡Ja! ¿Tan loco estaba ése adorador de Castro?
—No encontré locura en sus razonamientos de comunista estacionado.
—Diga entonces, dónde está la cordura al decir que pecado inconfeso, es no tener pelos en la testa. ¡Gran insulto es a nuestro pan cotidiano!
—Le he dado la razón, puesto que supo componerme una celada de palabras.
—Me parece que usted, más loco está que aquel rufián de palos.
—Usted podrá cargarse de razón, pero aquel bendito hijo de Dios, no me ha dejado espacio para discutirle.
—¿Ha dicho, acaso, que los pelos en la cabeza atraen la furia de sus dioses?
—Algo mucho más simple. Me ha dicho que en su época, llevar el pelo largo, era una declaración de guerra al gobierno.
—Debió serlo, puesto que los anatemas de la democracia, solían expresar sus frustraciones con rebeldías poco convincentes.
—Tiene usted razón, Enecón.
—A esos tocados por la mano de Lenin, el pelo largo les era como la hostia de San Agustín.
—Puterías suyas, Enecón; doy a ese la razón, pues llevar el pelo largo en mi tiempo, era más que revelarse a las costumbres familiares; era lo mismo que abofetear al señor Presidente de la República, en medio de un acto republicano. ¿Se niega usted a recordar que muchas veces debimos correr por nuestras vidas por andar con las greñas hasta el dosal?
—Cierto es eso. Recuerdo aquella mañana cuando usted corrió como desaforado por llevar las trenzas, como la India María, hasta la rodilla. Le confundieron con un dirigente de la guerrilla…
—Hoy todo ha cambiado, mi apreciado Enecón.
—¿Acaso ya no persiguen a nuestros clientes a quienes debemos el honor de cortarles el pelo?
—Ahora persiguen a los pelones, mi buen amigo.
—¡No me diga tonterías!
—Cierto es. Antes, en aquellos años aciagos en que las ideas eran perseguidas y el pelo largo era sinónimo de terrorismo, andar de greñas era un riesgo. Éste viejo guerrillero me ha dicho que tras largos años de ideas perdidas entre hombres y mujeres ambiciosos, decidió raparse la cabeza…
—¡Buena idea! Solo así podrá alejarse de su pasado de persecución. Y darnos unas monedas para llevar el pan a la casa.
—Nada de eso. Hoy también es perseguido.
—¡Cuente! ¡Cuente!
—Con eso de los “Zetas”, andar pelón es casi un delito. Antes, me decía este amigo, lo perseguían por andar con el pelo largo. Ahora, no hay retén donde no lo detengan e interroguen, por andar pelón…
—¿Y eso por qué?
—Pues muy sencillo: porque los “zetas”, andan pelones.
—Mmmmm ta’ma’… Eso quiere decir que el pelo, de todas formas, es un inconveniente.
—Yo diría que la cabeza es el inconveniente. Sería mejor andar decapitado.
—Tiene razón. Es mejor quitarse la cabeza.
—Eso no es problema. ¿No ha visto las noticias?
—Algo, algo…
—Pues por todas partes hay decapitados.
—Ahora entiendo: Sin cabeza no hay pelo.
—Y con pelo y sin pelo, hay persecución.
—Por eso le decía: Lo que nos depara la vida…
—O la muerte.
—O las ganas de vivir sin vivir.
—Usted siempre con sus ideas de ateo.
—¿Ateo?
—Déjese de preguntas cuyas respuestas se sabe muy bien.
—¿Y qué? ¿Va a cortar pelo ó cabezas?
—Lo que el cliente pida… Total si el pelo al horror da cabida, ésta plática de al tiempo, pretexto a la bebida.
—¡Es usted un borracho empedernido!